La
ciudad nació como puerto pesquero en el siglo XII a orillas del río
Amstel, del cual se origina su nombre.
La
capital de los Países Bajos (más conocidos como Holanda por su
región principal) es muy recomendable. Tiene mucho para ver. Por eso
miles y miles de turistas la visitan cada año.
Una
de las cosas que más se puede ver allí, son bicicletas. Su
masividad rompe los ojos. Se dice que hay casi tantas como habitantes
-que son 750.000-; al punto que en horas pico es difícil encontrar
lugar para estacionarlas.
En
el centro histórico se pueden ver las tradicionales casas
holandesas: angostas, altas y con amplios ventanales para que entre
mucha luz natural. Hermosos canales de agua cortan la zona más
antigua de la ciudad. Por ellos se puede transitar e incluso vivir,
ya que cada tanto se ve algún barco reconvertido en hogar.
En
el casco histórico está el Barrio Rojo. Allí las prostitutas se
ofrecen desde sus ventanas y escaparates al mejor postor, iluminadas
por las tradicionales luces rojas que dan nombre a la zona.
Otro
punto de interés turístico -especialmente entre los jóvenes
europeos- son los famosos coffeeshops, tiendas legalmente
establecidas donde miles acuden a diario para degustar distintos
tipos de marihuana.
La
capital del país de los molinos de viento también tiene para ver
muchos museos, como el Rijksmuseum, la casa de Rembrandt, el de Van
Gogh, el Museo de Cera Madame Tussauds, o la trístemente célebre
casa de Ana Frank. A todo esto se puede sumar el Mercado de Flores,
con tulipanes de los colores más increíbles. Y en materia
deportiva, algún partido del Ayax o de la selección femenina
holandesa de hockey sobre césped.
Tiene
mucho para ver, Amsterdam. Incluso en el suelo. En sus calles, si uno
repara con atención puede apreciar unas pequeñas baldosas metálicas
que identifican el servicio de agua potable de la ciudad. Se las
reconoce fácilmente porque tienen la primera letra de la palabra
“agua” en neerlandés, que se escribe igual que en inglés
-water-, o viceversa. La gloriosa W.