viernes, 18 de octubre de 2013

El 561(*)








Puede ser cualquier día, pero si es por elegir, un lunes pasada la medianoche. Estar en 18 de Julio y que aparezca pronto el 188 es una gran suerte. Subir y pedirle al guarda "uno común" es la confirmación del regreso al hogar dulce hogar. Es el principio del fin de una jornada muy larga. Demasiado larga para ser la del primer día laborable.

Después de sacar el boleto, meter el cambio en algún bolsillo, buscar asiento y acomodarse junto a la ventanilla, viene la frutilla de la torta.

Lo primero que llama la atención es el gran escudo que ocupa todo el vidrio a espaldas del chofer. Luego múltiples pegotines rodeando a los dos trabajadores del transporte capitalino. Después la vista sabe lo que tiene que hacer: buscar a Tribilín.

El muñeco siempre está ahí: colgando frente al parabrisas delantero. Del lado de adentro, claro. De espaldas a la calle y mostrándole a todos los pasajeros la camiseta del club de sus amores, el de la calle Frugoni.

El viaje siempre es agradable. Aunque no sea un lunes a medianoche con pocos pasajeros. Aunque sea un caluroso viernes de verano a las cinco de la tarde con gente hasta la manija. Aunque llueva, esté lleno y la humedad reinante sea detestable.

El viaje siempre es agradable. Con el corazón contento y el pecho henchido, feliz de estar viajando otra vez en el mejor ómnibus de toda la ciudad. El 561. El Cutcsa welcomense.

(*) En 2016, al menos, el coche pasó a ser el 510.


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