Puede
ser cualquier día, pero si es por elegir, un lunes pasada la
medianoche. Estar en 18 de Julio y que aparezca pronto el 188 es una
gran suerte. Subir y pedirle al guarda "uno común" es la
confirmación del regreso al hogar dulce hogar. Es el principio del
fin de una jornada muy larga. Demasiado larga para ser la del primer
día laborable.
Después
de sacar el boleto, meter el cambio en algún bolsillo, buscar
asiento y acomodarse junto a la ventanilla, viene la frutilla de la
torta.
Lo
primero que llama la atención es el gran escudo que ocupa todo el
vidrio a espaldas del chofer. Luego múltiples pegotines rodeando a
los dos trabajadores del transporte capitalino. Después la vista
sabe lo que tiene que hacer: buscar a Tribilín.
El
muñeco siempre está ahí: colgando frente al parabrisas delantero.
Del lado de adentro, claro. De espaldas a la calle y mostrándole a
todos los pasajeros la camiseta del club de sus amores, el de la
calle Frugoni.
El
viaje siempre es agradable. Aunque no sea un lunes a medianoche con
pocos pasajeros. Aunque sea un caluroso viernes de verano a las cinco
de la tarde con gente hasta la manija. Aunque llueva, esté lleno y
la humedad reinante sea detestable.
El
viaje siempre es agradable. Con el corazón contento y el pecho
henchido, feliz de estar viajando otra vez en el mejor ómnibus de
toda la ciudad. El 561. El Cutcsa welcomense.
(*) En 2016, al menos, el coche pasó a ser el 510.
(*) En 2016, al menos, el coche pasó a ser el 510.
No hay comentarios:
Publicar un comentario